23 agosto 2006

 

Correos de la Vega

 

Solos ante el peligro

(Basado en hechos reales)

 

Dijimos que en la vega hay infinidad de construcciones ilegales. Señalamos incluso algún municipio. Pero nos dijeron que no valían denuncias genéricas, que para que prosperaran hacía falta dar datos muy precisos, con planos, etc. Señalamos el camino, el lugar aproximado, pero no éramos muy concretos. Lo dijimos en Diputación, pero ya lo sabían; lo habían visto a través de internet con las fotos del satélite. Se lo comentamos a un alcalde metropolitano, pero nos aclaró que si no sabíamos que los que hacían construcciones ilegales tenían mujer e hijos, padres y hermanos, primos y sobrinos, amigos y conocidos... En fin, demasiada gente. Y las construcciones ilegales siguieron multiplicándose.

 

Vimos que de las grúas colgaban en las noches cajas de herramientas, mesas de cortar, etc. Seguridad en lo alto frente a los cacos. Eso sí, inseguridad permanente sobre nuestras cabezas cuando el viento soplaba y las cajas colgadas se balanceaban entre chirridos. Cinco denuncias en el ayuntamiento de Las Gabias no sirvieron de nada. De hecho, la grúa de una obra en el ayuntamiento hacía lo mismo Nos informamos en la consejería de Industria. Fue curioso, el funcionario nos dijo; “ ¡Ah! Sí, cuelgan de todo y en todas; es la costumbre, pero está prohibido terminantemente”. Cuando dijimos que queríamos denunciar como asociación de vecinos nos dijo cortante “No, no, eso hay que denunciarlo con nombre, apellidos y carné de identidad. Y eso si hay peligro para el denunciante porque si no, no le incumbe...” Quiso asustarnos, le faltó decir que la denuncia, como todas, las investigarían ocho meses después; es decir, cuando ya se hubiera acabado la obra.

 

Dijimos que estaban llenando de vallados la vega. Nos dijeron que sí y que la mayoría eran ilegales porque no tenían la superficie mínima para el vallado.

 

Denunciamos que los carteles publicitarios de las carreteras eran ilegales. Pero qué tontos somos, como si las autoridades no los hubieran visto. Alguien nos informó de lo difícil que era quitarlos una vez puestos.

 

Hablábamos con el ingeniero responsable del río Dílar. Mostrábamos nuestro descontento con que no se pudiera pasear junto a los ríos porque los propietarios de las tierras lindantes se apropiaban de los cinco metros de servidumbre que le ley de aguas nos permite utilizar. El señor ingeniero nos dijo más o menos que eso no molestaba, que tampoco podíamos ser quisquillosos. Que en fin, que son cosas que pasan.

Unos años antes nos había pasado con el pantano Torre del Águila de Sevilla, cuando denunciamos que los agricultores araban hasta el mismo borde del pantano colmatando éste, el ingeniero jefe nos aclaró que eso era mejor no moverlo, que todavía se le debía dinero de las expropiaciones a los agricultores y no era cuestión de armar el lío. El pantano era uno de los más colmatados de Andalucía.

 

Denunciamos que los coches se ponen en los alto de las aceras. Un responsable municipal de un ayuntamiento nos dijo que era para que no les diera mucho el sol. Tenía razón, estábamos en lo peor del verano. No habíamos caído en que había justificación razonada.

 

Denunciamos... denunciamos.... denunciamos.... y denunciamos....

 

Todo esto me ha hecho pensar. Es verdad, es que somos demasiado intransigentes, demasiado “leyistas”; con lo bien que se vive incumpliendo la ley y haciendo la vista gorda, venimos nosotros a meter la pata. ¡Qué quisquillosos somos! ¡Y qué comprensivas son nuestras autoridades! Tienen razón cuando éstas nos miran con cara de extrañeza como diciendo "¡éstos gilipollas se creen que las leyes sirven para algo!"






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